domingo, 24 de febrero de 2008

A veces uno tiene la mala suerte de encontrar una idea interesante en medio de un libro torpe o esquemático, o a un mal actor en una mala película haciendo un buen papel, y luego uno no quiere mencionarlos o citarlos para no lo tomen por alguien torpe, esquemático o de mal gusto. "Good Will Hunting" no llega ser tan mala, pero no es lo suficientemente buena como para citarla sin sentir al menos cierta incomodidad; sin embargo voy a hacerlo. La escena iba más o menos así: el joven está en el consultorio del siquiatra y, para demostrarle que no le tiene miedo, se pone a criticar todo lo criticable que encuentra allí. Ve sus libros y dice: "No tiene usted los libros correctos." "¿Y cuáles son los correctos?", pregunta el siquiatra. El joven responde: "Los que te que ponen la carne de gallina."
No sé si puede haber libros correctos o incorrectos, pero esa descripción definitivamente me gusta: libros que nos mueven el piso, que le ponen a uno los pelos de punta. Esos son los que debemos buscar. Para mí, por diferentes motivos y en diferentes épocas de mi vida, algunos de esos libros han sido "El mono desnudo", "Caníbales y reyes", "La curva campana" y "El manifiesto Unabomber". En este artículo voy a hablar del último, cuyo título original es "La sociedad industrial y su futuro."

LA FUTURA EDAD DE ORO
Tal vez porque la tontería del cambio de siglo ya terminó y a ninguna de los cientos de millones de computadoras del planeta le dio siquiera un corto acceso de hipo, los libros de “Futurología” ya no se venden tanto como antes. Yo sólo he leído unos cuantos. El primero fue “La tercera ola”, de Alvin Toffer, hace unos diez años. Este libro nos dice que, en términos muy generales, ha habido dos formas de civilización en el planeta: la agrícola y la industrial. La primera, que comenzó más o menos hace diez mil años, tenía por base a la tierra, la cual no era posible administrar centralizadamente (con “algunas excepciones”, según el autor, como Mesopotamia.) La civilización industrial, por el contrario, necesita la centralización para poder existir. Todo aspecto de las culturas que pertenecen a estas olas lleva su marca. Un individuo de la primera ola tal vez haya tenido que dar el producto de sus cultivos al estado, pero en lo demás estaba por su cuenta; un individuo de la segunda ola -para poner un caso extremo- pasa su vida haciendo una sola cosa, como echar carbón a un caldero, y en todo lo demás depende de una multitud de personas –a las que jamás ha visto y nunca verá en su vida–, desde los botones en su ropa hasta el medio a usar para entrar en contacto con su dios. Que la forma de generalizar de este libro se acercara o no a la verdad era algo que para mí no era realmente importante; habían dos ideas que se me quedaron en la cabeza después de leerlo. Primero, que la forma de vida y la forma de pensar de un individuo tienen más que ver con cómo está organizada su sociedad que con ellos mismos. A nosotros nos cuentan en nuestras familias, en los medios de comunicación y en los libros de autoayuda que es al revés: nos dicen que nosotros somos quienes “deciden” qué es lo bueno y lo justo, y que nuestro comportamiento como individuos es lo que le da forma a la sociedad. En cierta forma es innegable que es así, si hablamos de reclamar el derecho al voto, exigir la jornada de 8 horas o hacer que la persona de al lado apague su cigarrillo. Pero hay un millón de cosas que pasamos por alto: ¿Es mejor pasar la mayor parte del día con amigos o con otros empleados? ¿De quiénes debo esperar respeto y ante quiénes debo ganármelo? ¿Qué se supone que es una vida digna y qué no lo es? (O qué significa “hora exacta.”) Esta una idea que me es difícil no aceptar: una vez que el tablero esta puesto, una vez que una determinada situación ha sido impuesta y aceptada, las jugadas por hacer son limitadas. La otra idea que terminé recordando de “La tercera ola” es que la sociedad ha alcanzado tal grado de desarrollo económico que ya no es posible gobernarla en forma centralizada. Según Toffler, el alto nivel tecnológico, la enorme expansión de los medios de comunicación, la gran disponibilidad de recursos y la facilidad de acceso a los mercados hacen imposible cualquier esfuerzo centralizador. Ahora juntemos las piezas para ver qué tenemos. Una sociedad organizada en forma descentralizada, según este esquema, necesariamente da lugar a formas de vida “descentralizadas”. Es decir que en esta supuesta sociedad uno podría elegir la forma de vida que se le antoje de la amplia gama que estaría su disposición. Esto a mí me parecía lo máximo. ¿Qué puede ser mejor que vivir como a uno le parezca, haciendo lo que a uno más le guste, y al ritmo que mejor le acomode, sin reglamentos, sin obediencia, sin tener que rendirle cuentas a nadie?
Los otros dos libros que leí sobre el tema son “La sociedad post-capitalista” de Peter Drucker y “La sociedad del futuro” de Taichi Sakaiya. Aunque no confirmaban expresamente la visión de Toffler, era obvio que iban por el mismo camino. En “La tercer ola” no nos dicen (al menos no que yo recuerde) cuál iba a ser el recurso que reemplazaría en orden de importancia al capital y a la tierra; en estos libros se aclara que es la información (o valor-conocimiento o saber, dependiendo del significado específico que cada autor quiere darle), un recurso que por sus propiedades y sus usos no puede ser producido sino en forma descentralizada
En este punto me encontraba optimista acerca del futuro. No iban a estar las cosas tan mal después de todo. Estaba el hambre y el problema ambiental, pero una sociedad desarrollada económicamente en los términos que ellos describían me parecía (aun era yo muy joven) el paraíso en la tierra.

EL PROCESO DEL PODER
Para cuando el manifiesto llegó a mis manos yo ya había probado el grillete laboral unos años y todo lo anterior me parecía una cháchara optimista especialmente creada para trabajadores felices y lobotomizados, personas para quienes “horario flexible” puede equivaler a trabajar doce horas diarias pero en casa y con el televisor prendido; y “hacer lo que uno quiera” significa conducirse voluntaria y placenteramente como al empleador le convenga. Una cosa me intrigaba de estos buenos trabajadores: ¿por qué una tarea superflua, perfectamente prescindible, podía complicarse tanto o ser ejecutada con tanta entrega? Era como si el objetivo de la tarea no fuera tramitar N cantidad de documentos o deshacerse de X cantidad de stock, sino la tarea misma. Podrían haber estado en una asociación de coleccionistas o en un club de juegos de rol, y -mientras reciban cierto reconocimiento por ello- habría dado lo mismo.
Por eso fue que cuando en el manifiesto llegué a la parte que explicaba esto sentí que habían dado en el clavo. El Unabomber llama a este fenómeno “El proceso del poder.” Por alguna razón la mayoría de los seres humanos necesita pasar por este proceso para sentirse bien con ellos mismos. El proceso del poder tiene las siguientes etapas: meta, esfuerzo por lograr la meta y logro de la meta. Por ejemplo, alguien cree que debe lograr algo (estatus, reconocimiento, dinero, sexo), se esfuerza por alcanzar la meta (estudia, trabaja, se marketea, seduce) y logra la meta (obtiene un auto, una medalla, una buena bonificación, se acuesta con alguien.) El truco consiste en la aceptación por parte del individuo de que su autoestima depende de ello
Realmente no sé si esto puede aplicarse a todos y cada uno de los seres humanos que han vivido en culturas muy diferentes desde que aparecimos hace unos cincuenta mil años, pero apostaría que es algo que le sucede actualmente a la mayoría de los que viven en los países desarrollados y a una gran parte en los países del tercer mundo. Quienes creen que no están haciendo algo con sus vidas, quienes no sienten que están yendo a alguna parte, desarrollan el síndrome del ama de casa afligida o del trabajador jubilado. Eso explica por qué escuchamos con tanta frecuencia la frase “respete mi trabajo”, sea dicha por un burócrata, un vigilante de discoteca, un empleado de limpieza o un cobrador de micro. La gente que se involucra en su trabajo pierde la perspectiva, el trabajo se convierte en un fin en sí mismo, cobra un significado moral. Ya no es un medio para disfrutar la vida sino lo que la justifica.
A esos tres elementos hay que agregar el de autonomía. Es razonable pensar que el proceso del poder no tiene sentido si no es atravesado con cierto grado de autonomía, porque, si no, no podría ser sentido como propio (aunque algunas personas no tienen que sentirse parte del proceso para sentirse satisfechos, como los hinchas de fútbol).
Como dije, para el Unabomber esto es algo totalmente natural, una necesidad básica del ser humano. El problema es que ésta no puede ser satisfecha plenamente en una sociedad industrial, y al parecer tampoco lo sería en una basada en la información. “Nuestras vidas dependen de si los estándares de seguridad en una planta nuclear son mantenidos apropiadamente; de cuán hábil (o inhábil) es nuestro doctor, de si perdemos u obtenemos un trabajo debido a las decisiones tomadas por economistas del gobierno o ejecutivos de una empresa; etc. (...) el individuo moderno está amenazado por muchas cosas ante las que sí se encuentra indefenso: accidentes nucleares, cancerígenos en la comida, contaminación ambiental, guerra, impuestos crecientes, invasión de su privacidad por grandes organizaciones, fenómenos sociales o económicos a nivel nacional que quiebran su forma de vida.” Tantos factores fuera del alcance del individuo común, en manos de personas sobre las que no tiene una influencia significativa, quiebran el normal desarrollo del proceso del poder. También se menciona en el manifiesto que la mayor parte de los puestos de trabajo requieren más personas obedientes que independientes. En mi experiencia laboral y universitaria no he visto eso exactamente, pero sí he visto el tremendo trabajo de adoctrinamiento que tienen que hacer para que el empleado perciba, piense, sienta y actúe como el sistema necesita.
Algo que me parece más importante es que atravesar el proceso del poder implica lograr la meta y sentirse satisfecho con ello, es decir, no seguir necesitando alcanzar otro objetivo, y otro, y otro más; y no veo que ocurra lo primero. Según el Unabomber, eso no ocurre en las sociedades no industriales, en ellas un individuo que hubiera volcado toda su capacidad en lograr sobrevivir en el ambiente natural se sentiría satisfecho consigo mismo, al punto en que envejecer y morir no serían gran problema para él. Cierto o no, la sociedad industrial (o de tercera ola) se basa en el consumo, necesita que la motivación principal del individuo común lo sea porque de otra forma la velocidad de la economía (la cantidad de “vueltas” que da el dinero) no alcanzaría el nivel necesario para echar a andar el motor. Y un individuo satisfecho no es un buen consumista. Por eso es que vemos propaganda a favor del consumo y en contra de la satisfacción a diario en la televisión, la radio, los periódicos, el cine y en las conversaciones de oficina y en las familias. Un buen consumista es alguien que vale; lo contrario es calificado como conformismo, inmadurez, falta de carácter. La imagen de Laurence Fishburne en “The Matrix” enseñando una batería y diciendo “es un mundo de sueños construido para mantenernos bajo control con el fin de convertir al ser humano en esto”, encaja perfectamente en la situación.

EL FUTURO NO ES LO QUE SOLÍA SER.
Entonces juntemos las piezas: 1) El ser humano necesita pasar por el proceso del poder. 2) El sistema hace uso de esta necesidad para que los individuos trabajen para él 3) En la sociedad moderna el proceso del poder es cada vez menos alcanzable 4) Lejos de hacerse más leve, este problema tiende a hacerse mayor. Conclusión: De alguna forma el sistema necesita que el individuo sienta que ha atravesado el proceso del poder, sea que lo haya hecho o no; o que ya no le sea necesario atravesarlo.
¿Qué ocurrirá cuando los libros de autoayuda, los seminarios, los gurúes, las canciones de moda, el fútbol, el Prozac, las tarjetas de crédito y el Ritalín ya no sean suficiente? ¿Se inventará las drogas de la eficiencia? ¿Nos conectarán electrodos para estimular nuestros centros del placer? ¿Seremos modificados genéticamente para gustar tanto de las matemáticas como de la soledad? Esta es la razón que el Unabomber da para justificar los tres asesinatos que cometió: si las cosas avanzan como hasta ahora lo han hecho, a la vuelta de cien años el ser humano habrá dejado de existir.

Cuando explico esto generalmente recibo la siguiente objeción: “Toda tecnología trae algo bueno y algo malo, y el ser humano siempre ha sido ser humano, la tecnología y la sociedad se van a adaptar a sus necesidades y preferencias.” Les pregunto esto: ¿a un ser humano de una sociedad agraria le habría parecido pura fantasía que a alguien le parezca aceptable pasarse todo el día encerrado entre cuatro paredes, respirar humo en la calle, estar concentrado en lo que hace más del 50% de la vigilia, pasar en su casa apenas unas horas al día, en la que estaría acompañado de -si le va bien- sólo su mujer y sus hijos? ¿Quién querría sólo escuchar música en vez de tocarla, y sólo escuchar cuentos en vez de contar los propios? Si a ellos eso no les habría gustado para sus nietos, entonces ¿cómo fue que llegamos a esto? Lo hicimos porque nadie se pone a pensar en las consecuencias a largo plazo de sus pequeñas acciones individuales. ¿Nos preguntamos acaso todos los días si en el largo plazo es mejor consumir limonada que Coca-Cola, comprar en una tienda que en un supermercado, comer en un restaurante pequeño que en un fast-food? Y aun si se hiciera así, ¿acaso podemos influenciar a la suficiente cantidad de personas como para que esa actitud tenga algún efecto? No lo creo. Así que, en la medida en que quienes se ajusten más al sistema sean los que más éxito social tengan, más padres querrán tener hijos que no se cansen ni se depriman ni necesiten dormir muchas horas y que gocen estudiando disciplinas técnicas y los enviarán a programas de estimulación temprana, escuelas vespertinas, tratamiento de drogas para niños con problemas de atención y un largo etcétera. Y cuando eso ya no sea suficiente, el sistema seguirá necesitando que nos adaptemos aun más, de modo que se hará necesario romper las barreras biológicas y psicológicas naturales, y para eso sólo tienen que modificar nuestro código genético en formas que ya nada tengan que ver con el ser humano, para convertirnos en simples piezas de la maquinaria. ¿Les parece que el ser humano no aceptará esto? ¿Qué seres humanos? Ya no habrá seres humanos.

TODO O NADA
Sé que lo anterior suena a delirio de tipos que no tienen nada más qué hacer con su tiempo que ponerse a pensar en las musarañas. Hay cosas más importantes, concretas y prácticas de las cuales ocuparse, como el tráfico de armas y drogas, la desnutrición y abuso infantil, la opresión, los medios de comunicación, el medio ambiente, el respeto a la vida privada, la justicia económica y el equilibrio político en el planeta. Tenemos problemas reales en nuestras manos, problemas que requieren nuestra atención inmediata, problemas tan tangibles como el llanto de un niño que ha pasado dos días sin comer. Esos son problemas, ¿no es cierto?
Lo son. Es más, yo le recomendaría al lector que, si quiere hacer algo por la humanidad, se ocupe de cosas como esas. Uno no debe pelear sólo porque puede obtener resultados, uno no debe dejar de pelear sólo porque sea inútil; uno pelea porque no hacerlo es una alternativa inaceptable. Y definitivamente es mucho mejor hacer algo concreto por personas concretas que simplemente hacer “click” en Hungersite.com o poguear con Rage Against the Machine. Pero, soy sincero al decir esto, lo que sea que individualmente hagamos no tiene mucha relevancia comparada con la inercia de miles de millones de dólares y personas que pueden estar o no llevando a la humanidad a su desaparición. Y no interesa demasiado, tampoco. Supongamos por un momento que logramos estar científicamente seguros de que las predicciones del Unabomber van a ocurrir; si luchamos y tenemos éxito, ¿a quién estaríamos salvando? El ser humano, por más que yo sea uno, no es la gran cosa. Incluso diría que es un tremendo chasco como cumbre de la evolución. Individualmente podrá ser un tipo muy apreciable, alguien verdaderamente imprescindible –algunos, quiero decir-, pero como especie es una plaga, un monstruo capaz de las peores atrocidades y de las más repugnantes estupideces. El costo en dolor y miles de millones muertes que conllevaría un improbable desmantelamiento del aparato industrial no tiene justificación alguna.
No niego que la perspectiva de un futuro sin tipos como yo no me parece agradable para nada. Ya es suficientemente malo saber que uno es uno entre siete mil millones de otros más, como para encima pensar que ni siquiera todos juntos contamos para algo. Que en un futuro nadie vaya a pensar que los cuentos que me gustan valgan para algo más que un museo, que el correo que he intercambiado con amigos íntimos sea tema de un tratado de zoología, que se compren y vendan niños como mis sobrinos en pet-shops, son razones suficientes para mandar todo al diablo. Pero, ¿realmente podemos hacer algo al respecto? Intuyo que no. La gran mayoría siempre preferirá un beneficio práctico y tangible a uno teórico y poco claro. Así que, cuando en un par años mis jefes me digan que pida cotizaciones de aparatos de localización por satélite, para controlar en dónde pierde su tiempo la fuerza de ventas, espero ya haberme acostumbrado a la idea, como ya me acostumbré a que las cajas registradoras sepan cómo me llamo, o que en mi cumpleaños me llame el tipo que maneja mi cuenta en el banco, persona a la que nunca he visto y probablemente nunca veré en mi vida. Pero eso será en un par años, quizás; por ahora, de tan sólo pensarlo, aún se me pone la carne de gallina.
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EL UNABOMBER
La primera parte de la biografía de Theodore Kaczynski, el Unabomber, es la del típico nerd de telefilme norteamericano. Tuvo una infancia muy infeliz, desde pequeño fue un completo fracaso social, se graduó con dos años de adelanto del colegio gracias a que tiene un coeficiente de inteligencia de 160, estudió matemáticas en Harvard, obtuvo el grado de Ph.D. en la misma materia en la universidad de Michigan, enseñó en Berkeley unos años, y luego dejó su trabajo y se fue a vivir a una cabaña aislada en Montana. A partir de 1978 envió por correo bombas a quienes creía eran personas representativas del sistema industrial. En 1995 ofreció un trato a los principales periódicos de Nueva York: si publicaban el ensayo, él dejaría de enviar bombas. El trato fue aceptado. Unos meses después su hermano leyó el ensayo, reconoció las ideas y llamó al FBI. Fue arrestado y desde entonces la justicia norteamericana está tratando de decidir si va a enfrentar los cargos o debe enviársele a un manicomio. Pueden encontrar una traducción del manifiesto en http://ar.groups.yahoo.com/group/librosgratis/